Sans Souci: historia pura de la nación

En 1914, Carlos María de Alvear, nieto del famoso general que llegó a presidir el directorio del Río de la Plata en los tiempos en que se cocinaba la independencia, primo hermano a su vez de Marcelo Torcuato de Alvear, quien fue presidente de la nación entre 1922 y 1928, tuvo la iniciativa de construir un palacio en la zona hoy conocida como San Fernando.

Tal palacio contaba con un terreno total de 9 hectáreas para la construcción y sus respectivos jardines, mientras que otras 16 lo escoltaban y le daban salida directa al río. Hoy por hoy, quedan solo 2 hectáreas, en donde se emplazan el renovado palacio y su jardín, que funciona como alojamiento, espacio para eventos y, por supuesto, atractivo turístico, para conocer todo lo que tienen para contar esas históricas paredes, muros, puertas, ventanas, columnas y tantos otros elementos decorativos y de diseño que se mantienen en vigencia.

El comienzo de una bella historia

Bello por donde se lo mire, el Palacio Sans Souci fue finalizado en 1918. Fueron 4 años desde el inicio de la obra comandada por el arquitecto francés René Sergent, quien era por aquel entonces uno de los que mejor consideración tenían, especialista en estilo neoclásico y con influencia de Versalles. Era famoso ya por lo que había hecho con los palacios Bosch (actualmente embajada de Estados Unidos) y Errázuriz (Museo de Arte Decorativo).

La imagen final del palacio era representativa de la época, la llamada Belle Époque estaba presente en todos sus rincones. Asimismo, era un producto fiel a la generación del 80, esa que inspiró la opulencia de una Buenos Aires en auge.

“Se quería mostrar a la Argentina como un lugar de cultura en el mundo, de progreso indefinido, había optimismo y tuvieron la virtud de mostrar esta visión al mundo”, explica María Sol Durini Barra, la actual propietaria de Sans Souci. Dando detalles de lo que fue la construcción y los materiales utilizados, dice: “Argentina era un país pujante y las grandes familias hacían sus residencias con mobiliario de Europa. Aquí hay mínimo 16 mármoles distintos, y continúa: “Todo vino de Francia e Italia, las puertas, estatuas, pisos de roble de Eslavonia, bronces, azulejos, cerámica, todo”.

De hecho, recuerda una anécdota que demuestra el poderío con que se contaba: “La herrería se hundió en el barco que la traía y hubo que encargarla de vuelta, fueron dos barcos solo para eso”.

De los años dorados al abandono

Todo el esplendor que el palacio supo tener desde su creación, funcionando como residencia particular, fue perdiéndose con la sucesión de herederos y los cambios que se dieron a nivel país. El brillo que lo caracterizaba se opacó y, luego de que Diego de Alvear (hijo de Carlos María) viviera sus últimos años allí recluido, y que, tras fallecer, el mando pasara a María Victoria (hija), comenzó una transición que no lo benefició.

El palacio fue presa del abandono y se donó a la curia apostólica, que no pudo mantenerlo, solo había dos perros adentro y se vivió un momento de vandalismo, expresa Sol, que también recuerda: “Lo iba a comprar una empresa inmobiliaria, lo iban a tirar abajo.

Resurrección, renovación y vida

En el momento justo, la familia Durini aparecería en escena. Le avisaron a mi padre, que se encargaba de refaccionar casas coloniales en San Isidro, era pionero en eso. Se lo ofrecieron y se concretó la venta finalmente en 1972, para poder salvarlo, narra la dueña actual, que rememora: “Mi padre con su hermano y su cuñado, quienes ayudaron a comprarlo en primera instancia, comenzaron la refacción para ponerlo a punto, una obra prácticamente sin fin”.

Nuevamente volvió a ser residencia, y mientras lo arreglaban, Sol pasó años allí viviendo con su familia, por lo que en sus palabras está impregnada la magia y el encanto que desprende Sans Souci, algo que cualquiera hoy en día puede ir a comprobar: “El palacio significa algo muy especial, porque vi todo el proceso de reconstrucción de chica y tengo una especie de nostalgia. Me lleva a pensar mucho en mis padres y el esfuerzo que pusieron para salvar un edificio de enormes características, que cuenta y hace a la historia argentina, su cultura”, esboza, y afirma a continuación: “Es un tesoro para la ciudad y el país en sí, porque no quedaron tantos palacios, desgraciadamente”.

Siguiendo esa línea de la importancia de una obra arquitectónica de estas características, sostiene: “Todos deberíamos resguardar lo valioso que tiene la historia del país. Me da mucha pena cuando tiran edificios de valor y se olvida la historia, porque un país se hace con la sumatoria de lo vivido. Un edificio moderno puede ser hermoso, pero nunca reemplazará los momentos que un edificio histórico tiene a cuestas”, y ejemplifica desde su costado más personal: “Me casé ahí, viví ahí, mi hijo nació ahí y, aunque actualmente no estoy mucho en la zona, siempre será uno de mis puntos de referencia, algo que me gustaría que la gente que lo conozca también pudiera sentir”.

Composición y disposición del Palacio

En su estado original, contaba con 24 habitaciones de siete metros de altura cada una, 14 baños para complementarlas y una importante cantidad de salones, entre los que se destacan: el rojo, el azul, el dorado y el de los espejos. Responden al color principal de los tapizados que los cubren.

Respecto de la galería, las descripciones en palabras no alcanzan para indicar lo vasta que es. Supo ser una terminal de leñeras, bodegas, montacargas y otros servicios para abastecer a todas las alas del Palacio, en sus años de esplendor.

De todas formas, el salón principal es el imperial, que oficia de hall en el ingreso al interior. Su extensión es tan imponente como los detalles que contiene, rodeado por una galería e iluminado por una enorme cúpula de hierro y cristal. Al salir de este, la escalinata que lleva al jardín de invierno es una imitación de la que se encuentra en el Palacio de Versalles.

Los jardines fueron obra de nada más y nada menos que Carlos Thays, reconocido arquitecto, paisajista y naturalista francés, que también se encargó, por ejemplo, de la obra de los bosques de Palermo. En el jardín de invierno antes mencionado se encuentra además la capilla, que en su interior tiene un oratorio cuyo techo está íntegramente realizado en roble de Eslavonia, un trabajo admirable y un verdadero lujo, incluso para la época en que se realizó. 

Un Mito urbano en Sans Souci

Hay un mito urbano, confirmado por la propia Sol Durini, sobre la existencia de pequeños pixies, mejor conocidos como duendes de las casas. “Ellos son los que saben todas las historias y anécdotas”, revela la dueña. “Hacen desaparecer cosas, funcionar el ascensor solo; cuando pasa algo extraño, de seguro sean los pixies, yo lo confirmo. Todavía están, un poco más asustados, pero siguen siendo testigos de lo sucedido y lo que acontecerá”, cierra.

Refacciones y actualidad

Los arreglos realizados por la familia Durini mantuvieron la esencia original del palacio: “En las pinturas, tapizados y el jardín, se descubrieron las formas originales y se trató de rescatar los primeros árboles plantados por Thays”, comenta Sol. En los últimos años, también las renovaciones y el enfoque turístico llevaron a que el comedor de servicio se convirtiera en una casa de té y la vieja cocina, en una taberna típica francesa.

En los tiempos que corren, el Palacio Sans Souci funciona como empresa, tal como lo presenta la propietaria: No vive nadie, ya hace más de 10 años que se hacen eventos, corporativos, sociales, filmaciones, fotos, presentaciones, y luego hay departamentos temporarios, suites muy lindas donde la gente puede pasar uno o dos días tipo apart hotel, guardando el estilo, combinando con las comodidades modernas.

Además, la oferta se extiende a cenas temáticas, museo de las religiones (representadas las principales religiones del mundo), recorridos para que la gente conozca la historia y cada rincón del palacio y su arquitectura estupenda.

Disfrutar de la historia

Yo veo cómo reacciona la gente cuando entra, muchas veces soy guía porque me gusta ver esa reacción. Se sienten transportados a otro momento, a una vivencia muy particular, una Argentina que sabían que había existido pero no podían palpar, y al entrar se meten en esa atmósfera. Es un viaje con la imaginación, los sentidos, porque sí, se recuerda a Europa, pero también a la Belle Époque nacional, se sienten una dama de siglo, un caballero”, dice Sol con una mezcla de orgullo, nostalgia y pasión.

La impronta que expresa la misma María Sol Durini Barra al sentenciar: “Algunos vieron películas filmadas allí y disfrutan reconociéndolo. Se olvidan de sus preocupaciones por un rato y se sienten partícipes de la historia, es muy bonito. Se trata de dejar la rutina de lado y pasar un momento distinto”, es el espíritu que lleva el palacio desde siempre, tan arraigado que hasta en su nombre lo carga: ya que Sans Souci se traduce como “sin problemas” desde el francés.

Microhistorias en Sans Souci: ladrones poco profesionales

Se dice que hubo una vez un ladrón que osó entrar al palacio por la noche y fue pillado por el casero, pero, para sorpresa de este, cuando lo encontró el malhechor no hizo otra cosa que preguntarle por la salida en forma desesperada. El casero le indicó la salida efectivamente y aseveró que, de lo perdido que estaba, no llegó a robar nada.

Manuel Bernabé Mujica Laines, más conocido como Manucho, vivió e inspiró muchos de sus escritos en el Palacio Sans Souci, debido a que estaba casado con Ana de Alvear. Es así que, según cuentan quienes rondaban en aquella época, el escritor sentía que tenía derecho a haber heredado algo por su mujer, lo que lo llevó a tomar un jarrón chino como botín, pero no contaba con que Diego de Alvear lo encontrara in fraganti y le disparara desde la escalera, sin atinarle, por fortuna, pero dejando el hueco de bala en un vidrio que durante muchos años se mantuvo perforado.