Históricamente el champagne estuvo asociado al lujo, los gustos refinados y los momentos de celebración. Su sabor elegante, sus sutiles burbujas e incluso la cristalería, brindis mediante, en la que se bebe, nos remiten, automáticamente, a acontecimientos especiales y a reconfortantes placeres.
Sin embargo, existe uno en particular que supo, mejor que nadie, representar todo aquello en una sola botella y convertirse en el más codiciado. Dom Perignon, desde hace casi cien años, ostenta y conserva el prestigio de ser el champagne más famoso del mundo.
Un nombre con historia
En 1936, Moët & Chandon presentó un champagne en homenaje a Pierre Perignon, un monje benedictino que descubriera, en el Siglo XVII, la forma de crear vinos espumosos. Desde ese entonces, Dom Perignon pasó a asociarse directamente al origen de esta bebida.
Según cuenta la historia, Pierre era el encargado del sótano de la abadía de Hautvilliers, en la región francesa de Champaña, lugar donde se guardaba la producción de vino. En aquella época, los monjes estaban muy interesados en perfeccionar la técnica para crear vino blanco a partir de uvas tintas, pero tenían un problema, la fermentación dentro de la botella las hacía estallar.
Fue Pierre quien, en medio de esa ardua búsqueda por eliminar tan molestas burbujas, un día optó por un camino distinto. Tras la explosión de una botella, en lugar de desechar su contenido, probó ese burbujeante vino e inmortalizó su célebre frase: “¡Hermanos, estoy bebiendo estrellas!”.
Convertirse en ícono
Aunque lógicamente esta historia puede no haber sucedido exactamente así, Dom Perignon ha sabido contarla y construir desde allí, y desde su constancia y evolución constante, un renombre como ningún otro.
A propósito de esto, Fabricio Portelli, sommelier y uno de los periodistas especializados en vinos más reconocidos del país, explica: “La historia se fue acomodando al relato y sugiere que se trata de una bebida que lleva cuatrocientos años de historia elaborándose de la misma manera, aunque yo diría que recién a mediados del siglo veinte es cuando empiezan a afinarse las burbujas”, detalla.
“Pero lo interesante de Dom Perignon”, continúa Portelli, “es que no solo supo contar esa historia, sino que también supo mantener ese prestigio que lo transformó en el ícono del vino más famoso del mundo”.
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Estilo único
Es muy probable que aquel que nunca haya tomado un Dom Perignon, pueda reconocer su botella con solo verla y distinguir su escudo de tres puntas y lados redondeados. Sin embargo, al probarlo, la experiencia no tiene comparación. “Es un champagne que tiene un estilo propio apoyado en la fruta, en la frescura, en la pertenencia y en la elegancia”, describe Portelli sobre su sabor.
Eso que lo hace tan especial, además, se destaca aún más por su vigencia y la conservación de un estilo propio inalterable. Según Portelli, “a diferencia de los vinos, el champagne tiene que mantener un estilo que no cambie, y en ese sentido Moët Hennessy ha mejorado tanto su tecnología y su método que lo logra año a año sin importar las características de la cosecha”.
La bebida de la realeza
La vinculación del champagne y el lujo es algo inevitable, aunque también tiene una explicación histórica. Esta relación, que permitió relacionar al vino espumoso con las celebraciones y los ambientes refinados, se remonta varios siglos atrás a la realeza europea.
“Cuando se ganaba una guerra se brindaba, cuando se celebraba una boda se brindaba, los reyes siempre brindaban con champagne”, relata Portelli, y concluye: “El pueblo miraba a la realeza y todos los escritos de la época hablan de ella, por lo que esas costumbres se fueron copiando y popularizando alrededor del mundo”.
También alrededor del mundo, Dom Perignon supo convertirse, hasta el día de hoy, en el champagne más prestigioso y exclusivo de todos.