En determinados momentos de la vida surge en nuestro interior la necesidad de hacer un cambio, emprender un sueño o concretar una idea, lo cual genera un reto que no siempre nos sentimos preparados para abordar. Sea por miedo al fracaso o a las dificultades que podrían aparecer, empezamos a postergar, aumentando la frustración e insatisfacción con el momento actual.

Aventurarnos en aquello que somos capaces de lograr y atrevernos a lo nuevo, implica riesgo, incertidumbre y preocupación por tener que salir de nuestra zona de comodidad para iniciar algo desconocido, surgiendo temor y una tendencia a evitar la instancia.

El punto es que quedarse en el mismo lugar sin buscar el cambio y simplemente tolerar, esperando que algo mágicamente se resuelva u ocurra sin que hagamos nada, genera hastío y un malestar tan alto que podría hacer surgir síntomas en lo corporal para alertarnos que no se puede tolerar más la situación y se necesita huir.

No se trata por ello de tomar una decisión precipitada por el deseo mismo de cambiar, sin saber qué es lo que realmente se busca lograr, ya que se corre el riesgo de terminar en proyectos que no se corresponden con los verdaderos intereses y habilidades que cada uno posee, surgiendo mayor frustración en el corto a mediano plazo si se falla.

Dedicar tiempo al análisis de la situación y a conocernos en nuestros puntos fuertes y débiles, saber qué áreas nos resultan fáciles y agradables de realizar y cuáles van a ser difíciles de manejar, sabiendo que todo tiene sus pros y sus contras, nos va a permitir estar mejor preparados, confiados y más seguros para abordar el proyecto y que éste resulte posible.

¿Cómo empezar a hacer esto? Primero, tomando la decisión de hacer frente a lo temido, en segundo lugar, detectando qué sentimos y que pensamos de la situación, ya que a partir de aquello que elijamos creer, generaremos distintas emociones que nos inclinarán hacia una decisión u otra. A veces, sin darnos cuenta, empezamos a pensar en todo lo malo que podría ocurrir, incrementándose el miedo, por lo que terminamos evitando lo desconocido, prefiriendo conformarnos con la situación actual aunque no sea satisfactoria, sintiéndonos cada vez más acorralados.

Sin embargo, cuando nos permitimos cuestionar esos pensamientos y evaluar que tan real es lo que nos imaginamos, podemos descubrir que muchas veces no hay verdaderas razones para frenarnos.

Ante el temor al cambio, preguntémonos: ¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Qué haría si eso pasara? ¿Alguna vez me pasó? ¿Qué hice para resolverlo? ¿Qué me hace pensar que va a ser así? y ¿Qué me hace pensar que no va a serlo?

Sentir miedo es necesario para anticiparnos a los problemas y prepararnos, pero hay ocasiones donde la emoción se vuelve excesiva y nos paraliza. Al confrontar los miedos y analizarlos detenidamente aplicando la lógica, podemos notar que tenemos las herramientas o podemos desarrollarlas para hacer frente a lo temido, logrando que esas preocupaciones pierdan fuerza y se disipen.

Cambiando la manera de pensar las situaciones, modificamos las emociones que sentimos y conseguimos pasar a la acción con más tranquilidad.

Salir del plano mental y llevar nuestra idea a la acción, nos va a dar la tranquilidad que hicimos algo por nosotros mismos en búsqueda de aquello que necesitamos para sentirnos bien.

Todo cambio nos da la posibilidad de crecer como personas y, si bien, salir de lo conocido genera preocupación, enfrentando lo temido, lograremos el éxito esperado.

Contactos de esta nota

Cecilia Heredia Bonitz
Lic. en Psicología - Terapia Cognitiva Conductual
Email: mceciliahb@gmail.com